El tiempo es un río que fluye desde el pasado, La forma del agua

Elisa, su protaganista, nos ofrece un elenco de valores que nos emociona y nos llega casi desde el primer momento. Su origen humilde, valentía, camaradería, empatía, sus interminables matices la hacen una persona especial que brilla más allá de la naturalidad en su lenguaje de signos.

Un ser cargado de belleza y dulzura, se contrapone con la sociedad dónde se encuadra la película, el Baltimore del 1962. El cariño compartido con Giles, el capital conversacional en el lenguaje no verbal entre Zelda, su compañera afroamericana, su voz interior, la hacen, ya de por sí, una obra maestra.

Los estados emocionales viven en el día a día de este extraordinario y exclusivo equipo Elisa, Giles y Zelda al que se suma, en última instancia, el científico y espía Robert Hoffstetler.

Como la vida misma, los estados emocionales conviven diariamente en las personas y en los equipos de trabajo. Y es que la emoción impulsa a la acción, por eso, una de las primeras cosas que debemos intentar es tomar consciencia de la emoción desde la que estamos trabajando.

Elisa toma una decisión en base a sus emociones, no las reprime, no las esconde y oculta, las gestiona para orientarse hacia su meta aunque suponga un riesgo inundar el cine y ser descubierta en el incomparable marco de la escena del baño. Elisa se pone en el lugar del otro, en el lugar de su ser amado.

Tiene un gran aliado dentro de ella, su inteligencia interpersonal, equilibra y maneja los sentimientos que aparecen en su relación con los demás, esto se hace evidente en el compromiso de Giles y la lealtad de Zelda.

Este equipo tiene su emocionalidad propia, que es exclusiva gracias al fruto de cada una de las emociones individuales. Estas, a su vez, se retroalimentan de las propias emociones del equipo. El fluir de las emociones e influencias consiguen un objetivo común que no es otro que la salvación de la criatura anfibia.

La contraposición en la figura de Strickland, con sus interpretaciones y juicios, le hace observar una realidad distorsionada bajo esos sentimientos de odio e ira presentes en el imaginario de su para él imponente cadillac verde esmeralda.

Al final, el estado emocional de Elisa, y el amor compartido con la criatura anfibia, tiene un efecto contagio en el equipo, dónde se abre un campo de posibilidades que les hace cumplir con su objetivo.

Esta es la magia de Guillermo del Toro, tener la oportunidad de llegar a lugares dónde nunca has estado y conocer a gente que nunca podrías haber conocido.

Cómo en la Tregua de Benedetti, la naturalidad de Elisa es una rara especie de bálsamo, de verdadero consuelo es el mejor homenaje que se puede hacer uno asimismo. Bienvenido al mundo de las emociones.