La esencia en la formación: emperor’s club

Lo mejor de tener una esencia propia no es su aroma, sino aquello que la hace única. José Miguel Baeza

Lejos de disquisiciones de carácter filosófico sobre la palabra, esencia, ya recogidas en escritos de Platón y Aristóteles y que podría llevarnos a entrar en un laberinto de tiras y aflojas entre esencialismo y existencialismo, vamos a ser más elocuentes ya que esto me recuerda a un tirón de orejas recibido hace  breves fechas por un querido compañero. Comenzamos a realizar un acercamiento, de lo que es, para un aprendiz como el que suscribe, la esencia en la formación.

Hace ya tiempo tenía un jefe que veía en mi algo “especial” para trabajar en este mundo apasionante de la formación. Como cualquier mente inquieta como la mía no deje pasar, más allá de unos minutos, para tener  la oportunidad que me concretara, un poco más, a que se refería con la palabra “especial” y que no viajara en mi mente del concepto de palabra al concepto de palabro. Me supo definir con una frase que nunca podré olvidar, ¡Josemi, vives la formación!.

Reconozco, y entorno un “mea culpa” de no haberle agradecido lo suficiente ese halago, siempre a quien bien las merece, pero es cierto, en mi descargo, que ha permanecido como un trofeo grabado en mi memoria a largo plazo. Queda esto en mis apuntes personales de afán de mejora y aprendizaje permanente.

Si esperábais, aquellos que me seguís en este blog, que hoy me iba a expresar poniendo alguna metáfora sobre algún libro, no va a ser así, aunque últimamente voy a razón de libro a la semana, nunca antes había sido tan prolífico en la lectura, incluído aquellos que valen uno por tres como el “Ser y la Nada” de Sartre. Resultado, que se me acumulan la idea de nuevos post para poder compartir con vosotros.

En cambio si he vuelto a ver una película que ya en su momento entró en la hornada de “films” sobre la educación, como rebelión en las aulas o el club de los poetas muertos, no es otra que ”Emperor’s Club“, que siempre ha brillado con luz propia en mi humilde videoteca. En este film, interpretado de forma magistral por Kevin Kline, y que da protagonismo al profesor William Hundert de la prestigiosa escuela St. Benedict, es una halago a la esencia de esta vocacional profesión. Nos deja frases auténticas, irrepetibles como ésta: “un buen profesor tiene poca historia propia que contar. Su vida pasa a otras vidas, los profesores son los pilares más íntimos de nuestros colegios son más fundamentales que la piedras o que las vigas y siguen siendo una fuerza reveladora que nos impulsa en nuestras vidas”.

Un recorrido por el honor, la virtud, el saber quien eres. Esa lucha entre lo antiguo y lo nuevo, son parte de esta “esencia”. Lo importante no es sólo vivir, sino vivir justamente. Como dice Aristófanes en boca del profesor Hundert, la ” juventud pasa, la inmadurez se supera, la ignorancia se cura con la educación, la embriaguez con la sobriedad, pero la estupidez dura para siempre. También por medio de Heráclito, uno no se baña dos veces en el mismo río. Una oportunidad que se ha dejado escapar, se ha perdido para siempre“, magia en la interpretación de Kline.

En mi percepción la esencia pasa por las actitudes de aquellos que nos dedicamos a este apasionante trabajo. Obviando aspectos más técnicos tratados en mi último post de ¿cómo aprendemos?, hablamos de emociones, de sentimientos, de preparación, de esfuerzo, de escucha activa, de empatía, de asertividad, todas ellas muchas habilidades innatas y/o aprendidas que alcanzan su meta en la satisfacción cuando ves el progreso de tus alumnos, en la conquista de sus metas pasados unos años, y también, cómo no, de aquellos compañeros o amigos con los que alguna vez has volcado tus conocimientos, conversaciones, consejos, etc.,  la mejor de las recompensas, la consecución de sus objetivos y que has influido, de alguna manera, en ellos.

Más allá de un aspecto económico, todos los que impartimos formación, tenemos una fuente de motivación que supera con creces, una carta de recomendación de un decano o una buenas evaluaciones finales. Un premio, una mención especial, es irrelevante ante la sinceridad de un sencillo aplauso o el increíble poder de un simple: ¡gracias profesor!.

Profesores de idiomas, escuelas de negocios, universidades, primaria, secundaria, todos, en primera persona, seguro que en algo parecido hemos pensado alguna que otra vez. Llego a imaginar, incluso, que una fuerza interior nos hace seguir unidos a nuestra gran vocación, la enseñanza. Quizá alentados por frases como me comentaba un muy conocido formador y amigo, entre los mejores del mundo en su materia: “Soñamos con un mundo que sabe distinguir entre personas que tienen algo que decir y los falsos profetas”.

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