Terminó su actuación sobre el círculo de su vida, como cada noche seguro de sí mismo, había sabido convencer a los demás de la importancia de su labor. El salió de su traje de Arlequín y quiso sonreír de verdad, quiso ser payaso de verdad, reírse de sí mismo y llorar, inundar sus ojos de unas lágrimas que jamás había podido sentir sobre su rostro, penetrar en el mar de sus adentros y navegar a través del tiempo, para sentirse alguna vez ser algo distinto que un hombre más:

El viaje no fue fácil, mi frágil embarcación, fabricada sobre una nube solitaria, pero cargada de deseos de amistad, quiso parar a mi vera y me invitó a ser capitán de mi propio destino. No habíamos recorrido más de unas millas, cuando en el horizonte se avistó un majestuoso pájaro. Una vez que se acercó sobre la proa, vi que estaba pilotado por una rara especie de duende, que como hada madrina, nos aconsejó sobre el rumbo a tomar para llegar a nuestro destino. Observé su conocimiento del terreno y no pude sino suplicarle ser grumete de mi aventura y quiso sin dudar ser cómplice de mi viaje.

La tormenta en forma de odios y mentiras, descargaba sobre nuestra frágil goleta. Rayos de insidias, relámpagos de hipocresías, no hacían desmoralizar a mi brava tripulación. El contramaestre, mi fiel peluche con quien confesé tantos y tantos desengaños, peleaba bravamente con la mayor, Curro, que así es como se llamaba nuestro grumete, se transformó en un rudo marinero atento siempre a las órdenes de su capitán, Elisa, la sabia goleta, supo resistir la tempestad y sentí por primera vez el sabor del triunfo a la soledad.

Sabía que ya estaba cercano el final de nuestro viaje, que como todas las cosas buenas, no se ven a simple vista sino que se dejan intuir en el corazón. La brújula de la vida me orientó hacia mi entorno, el sextante disparó sus cálculos, que descifré a través de fórmulas de no se qué mago de la constelación de Piscis, que lanzaban que la solución estaba en las bodegas de Elisa.

Rápidamente, desperté sobrecogido sobre mi carromato de titiriteros, no sé porqué, salí hacia el bosque encantado, sentí que algo me quemaba en mi pecho y me vi grabado en mi cuerpo el beso de un rubí que en su nota decía que me esperaba en el cielo.

Fue un día muy triste, ese día no se representaba la función, porque comenta una noticia, que un aprendiz de payaso quiso dejar de hacer reír a los niños y estrelló su frágil cuerpo sobre la arena del circo. Sus improvisados gags, su refinado humor, sus citas literarias, las historias vividas en sus viajes con la realeza,  el taller donde tejia preciosas telas, han quedado atrás. El conocimiento del Arlequin vino con él, vivió con él y se fue con él.

Nadie fue a su sepelio, sólo la caja de Pandora recogió el cuerpo sin aliento del Arlequín y le nombró su novena brisa de los mares. Su conocimiento, su saber nunca paso a ser compartido y quedo bajo la timidez acentuada de su tupido y negro antifaz.

Entradas relacionadas